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PERO, ¿A DÓNDE SE FUERON LAS MARIPOSAS…?

(…O de las perdices que nunca comimos)

 

¡Qué bonitos aquellos tiempos! Él/ella nos miraba, y nos miraba Dios. Nos sonreía, y se nos abría en el pecho una ventana plena de aire fresco, de calor de sol,  de un mundo de paisajes antes no imaginados.  Su presencia nos transformaba en la mejor versión de nosotros mismos,  nos lo daba todo, lo merecía todo… Aquellas mariposas en el estómago nos hacían cosquillitas al alma, reclamando el espacio para nuestra sonrisa.

Hoy, cuando le miramos,(porque, por cierto,  él/ella ya no nos miran “como antes”), nuestro estómago nos cuenta otra historia de nudos, de vértigos, de miedos. Ha pasado el tiempo y es como si aquellas mariposas se hubiesen transformado en frutas indigestas, un peso que no sabemos bien como aligerar, que nos tiene sujetos a una realidad en nada parecida a la que nos sedujo.

Es entonces cuando llega el desencanto, el sentimiento de estafa: el príncipe o la princesa solo eran  personas comunes y corrientes, disfrazadas. Para colmo, ninguno de ellos sabía cocinar las perdices y, mucho menos, cazarlas. Es más, nos pedían que fuésemos nosotros los que lo hiciésemos! Y,  ¿cómo no supimos verlo? ¡Las malditas mariposas son las responsables! Ellas nos hacían reír y jugar, tender una mirada de inocencia, una mirada niña que encontraba en él/ella,  tesoros esperados durante mucho tiempo, la solución perfecta: al fin poder ser centro de la existencia de otro…

Y sin mariposas, ni príncipes, ni princesas, ni perdices, ¿qué tenemos ahora?¿Qué podemos hacer?  Quizá no es mala idea escuchar de nuevo a nuestro estómago, desliar ese nudo, asomarnos a esa burbuja de vacío dónde se instaló el miedo y mirar qué encontramos.

Si nos tomamos el tiempo para  tratar de entendernos sin juzgarnos, lo que probablemente veremos es que aquella primera mirada  nuestra sobre él/ella, estaba equivocada. Esa mirada estaba teñida de nuestra propia necesidad de ver lo que queríamos ver, de reparar heridas viejas en nuestro corazón, de consolar antiguas tristezas, de recibir abrazos deseados y nunca recibidos por el Niño que fuimos… Ese Niño fue quien decidió que él/ella eran perfectos para volver a sentirse uno con otro ser, para volver a tener aquello que perdimos,  o para recibir aquello que siempre quisimos y nunca tuvimos. De ese Niño  son la tristeza y el desencanto al descubrir que él/ella no pueden cubrir lo que el Niño  necesita porque, sencillamente, no son quienes deberían hacerlo.

El paso del tiempo en la relación de pareja  va necesitando dejar atrás a ese Niño que se asomó al principio. De él eran las mariposas y con él se las lleva. Y cuando aparece el Adulto que somos, es cuando podemos mirar de verdad a quien tenemos al lado.   La clave para que podamos decidir si  desde ahí, queremos o no estar con él/ella, pasa por hacer una revisión de lo razonable de  las necesidades propias que pedimos que el otro cubra,  y de lo realista de  las expectativas que tenemos hacia él.  Con este sencillo análisis nos podemos dar cuenta de que quizá estábamos esperando lo que no tenemos derecho a pedir. O no pidiendo lo que tenemos derecho a recibir;  pero es que ya se sabe que los Niños se hacen mucho lío con estas cosas….

La historia

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